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Mostrando las entradas de junio, 2020

La petite mort

Mariana se despertó cerca de las nueve de la mañana. Se limpió las lagañas, bostezó y acomodó el cabello. Se sentó en el borde de la cama y prendió un cigarro. La mañana amenazaba un clima caluroso, lleno de sol, moscas y somnolencia. 

Se dirigió al baño y se enjuagó la cara. Tomo un vaso lleno de agua y sacio la sed que le había dejado la noche anterior. “Es una lástima”, pensó para sí, mientras veía el reflejo de su rostro cansado frente al pequeño espejo. El recuerdo de las últimas horas le hizo recargarse en el lavabo, viendo a la nada, ensimismada en sus pensamientos.

Había llegado al bar cerca de las diez de la noche. Se sentó en la barra y pidió un whisky con hielo y agua mineral. Estaba sola. Esperando. Llevaba un pantalón negro, ceñido, justo por debajo del ombligo. Una blusa de tirantes roja y una chamarra de piel complementaban el atuendo. Iba por la quinta copa cuando un tipo se acercó a ella. Ya estaba acostumbrada. Tenía un buen cuerpo y lo sabía. Un trasero firme, no muy grande, senos delineados y cintura estrecha. No se consideraba muy bella, tenía unas cuantas arrugas y lunares, pero tampoco era fea. Su cabello castaño rizado le daba un toque coqueto que en muchas ocasiones le había pagado la cuenta del bar.

—Hola. ¿Te puedo acompañar? No sé si esperes a alguien, pero una chava tan linda no puede estar tanto tiempo sola —le dijo el extraño, iniciando la plática de una manera banal.

Esa frase siempre se le hacía gastada y aburrida. Deseaba que las conversaciones no iniciaran tan predecibles. Las mismas líneas, los mismos cumplidos, las mismas presunciones, los mismos estúpidos intentos por impresionarla y llevarla a la cama. No sabían que sí se iría con ellos, sin tantos rodeos. Cuando iniciaban la conversación así, ella ya sabía cómo terminaría la velada. Si tal vez, solo tal vez alguien le hubiera dicho cualquier otra cosa, no pasaría lo que siempre pasaba, pero como no había sido así, ella seguía despertando cada fin de semana en una cama diferente, con resaca y corriendo antes de que la vieran irse.

—Me llamo Alejandro, por cierto.
—Mariana.
—Mucho gusto Mariana, ¿te puedo invitar un trago? —insistió.
—Claro, por que no —le dijo ella, indiferente, sin voltear a verlo.

Pasaron un rato en donde le escucho hablar de su trabajo y gustos. Asentía mecánicamente y respondía con frases cortas. No le interesaba en absoluto lo que decía, por lo que apuraba sus tragos rápido y sin voltear a verlo directamente. Después de la ¿novena? ¿décima? copa, su paciencia se había terminado y lo interrumpió bruscamente.

—Bueno, para qué nos hacemos pendejos. Tú me quieres coger y yo también. De que sirve si nos conocemos, mañana a esta hora ya nos habremos olvidado. Mejor paga la cuenta y vámonos a tu casa —le dijo, mirándolo directamente a los ojos por primera vez.
—¿Estás segura? —le preguntó un poco sorprendido.
—Si, digo, así nos ahorramos todo el circo y vamos a lo seguro —le respondió.

Los ojos de Alejandro mostraron rápidamente un signo de aprobación. Sin más, pidió la cuenta y después de pagar, la tomo de la cintura y salió con ella, con un cierto aire de victoria. Subieron al auto y enfilaron hacia la noche. Después de parar en una farmacia, donde se bajó a comprar condones, llegaron a un pequeño departamento.

Al entrar a la casa, él no esperaba que las cosas se dieran tan rápido. Ella fue directo a su pene, lo empezó a sobar por encima del pantalón y cuando la erección se hizo más que evidente, se hincó y le bajo el cierre. Tomo el miembro con las dos manos, mientras seguía frotándolo, de arriba abajo, con la boca abierta y la punta de su lengua apenas rozando el glande. No paso mucho tiempo hasta que ella se metió todo el pene en la boca, succionando, chupando, acariciando el escroto con las uñas. Se quitó la blusa y el sujetador y lo froto con sus senos, apretándolos con las manos y llevándolo peligrosamente al éxtasis.

Él la levantó, preocupado por venirse tan rápido después de esa mamada espectacular y la llevo al sillón. Le quito el pantalón y descubrió que no llevaba bragas. El pubis, delineado por una fina línea de vello, palpitaba, brillaba, goteaba. Quiso penetrarla ahí mismo, pero ella le tomo del cabello y, jalándolo, le llevo el rostro a su vagina. Comenzó a beber de ese manantial que escurría, mamando los labios y el clítoris, en círculos, con dos dedos dentro que entraban y salían, besándole las ingles, volviendo de nuevo a la vulva. Cada cierto tiempo, ella se estremecía, arqueaba las piernas y apretaba los dedos de los pies mientras se acariciaba los senos y jugaba con sus pezones, morenos, duros y pequeños.

Pasaron unos minutos y le quito la cabeza de entre las piernas. Quería sentirlo dentro de ella, así que tomo un condón y, haciendo gala de su destreza, se lo puso con la boca. Se volteó, poniéndose en cuatro. Abrió las nalgas para que, sin decir nada, él hiciera el resto. Sintió el grueso abriendo paso, golpeando los testículos contra su sexo, a cada embestida un gemido, a cada gemido una nalgada. Sentía venirse una, dos, tres veces seguidas. Le dijo que le jalara el cabello y él, obediente, una mano en la cintura, la otra firme en su pelo, hicieron que las metidas se hicieran más intensas. Lo hicieron de esa manera durante un buen rato, para después cambiar, ahora ella encima, llevando la batuta y el ritmo, hasta que la contracción en el estómago de él y sus ojos entrecerrados, le anunciaron que se había corrido. 

Pasaron a la habitación y descansaron un poco antes de volver a hacerlo. Esta vez duraron más tiempo, probando diferentes posturas e intercambiado los roles, a veces ella dirigía, otras veces él. Alejandro había terminado por tercera vez y, después de elogiarla y decirle que había sido el mejor polvo de su vida, se quedó profundamente dormido.

Mariana esperó pacientemente unos cuantos minutos, hasta asegurarse de que no despertaría. Se levantó sin hacer ruido y fue a la sala. Busco su bolsa, sacó una cuerda de nylon y dos cinchos y regreso a la habitación. Alejandro estaba tendido boca arriba, en la misma posición en la que lo había dejado. Con cuidado, le amarro las manos y pies. Trato de no apretar tan fuerte, para no despertarlo, pero tampoco tan flojo, como para que se pudiera zafar. Con un poco de dificultad lo giro sobre si mismo, para que quedara boca abajo y así poder hacer la siguiente parte más fácil. Una vez que lo tenía como quería, paso la cuerda por su cuello. Le dio dos vueltas y tras un fuerte tirón, la anudo. Ahora solo le queda observar.

Él sintió el áspero roce de la cuerda contra su garganta. Entreabrió los ojos y sintió que le faltaba el aire. Quiso voltearse, pero algo pesado estaba sobre él. Trató de mover las manos, pero las tenía inmovilizadas, al igual que los pies. Tomo conciencia de lo que estaba pasando, pero no podía creerlo. No podía terminar así, no ahora que apenas comenzaba a vivir, que acababa de encontrar un buen empleo, que se había comprado un carro, que estaba pagando su casa. Por primera vez en su vida sintió verdadero pavor y se maldijo por haber ido ese día a ese bar. Su instinto de supervivencia le hizo luchar, pero lo único que pudo hacer fue retorcerse como un pez fuera del agua. Cada vez sentía el cuerpo más frio, con su cabeza explotando en una agonía punzante. Poco a poco iba perdiendo el conocimiento y lo último que intentó antes de desmayarse fue un gemido, pero una mano le empujo la cabeza firmemente contra las almohadas, ahogando su súplica. A los cinco minutos, todo había terminado.

El celular de Mariana sonó, obligándola a volver en sí. Se secó con una toalla y salió del baño. De reojo vio el cuerpo tendido sobre la cama y se sentó de nuevo en la orilla. Le dolía un poco la cabeza. El sol se asomaba por entre las persianas, iluminando la habitación, incrementando la resaca que tenía. Ya era hora de irse o llegaría tarde al desayuno dominical con su padre. Se levantó y abandonó el cuarto, buscó su ropa y se vistió. Antes de salir del departamento, volvió la mirada a la habitación y pensó nuevamente “es una lástima, no estaba tan mal el wey”. Cerró la puerta y vio su teléfono. Tenía una llamada perdida de su papá, por lo que le marco mientras bajaba las escaleras, para avisarle que no demoraba en llegar.

—¡Buenos días mi niña! ¿Ya vienes? No se te olvide que es nuestro desayuno semanal —le dijo su papá al momento de contestar.
—Ya voy para allá pá, veme pidiendo unos chilaquiles porque ando un poquito cruda. Te quiero, ahorita nos vemos —le respondió.

Salió a la calle y paró un taxi. Subió al auto, se acomodó en el asiento trasero y le dijo a donde había que ir. Avanzaron unas cuantas cuadras y, mientras ella se dedicaba a observar por la ventana el paisaje que le brindaba la urbe, el taxista interrumpió sus pensamientos, preguntándole: “¿y si no es indiscreción, a que se dedica señorita?”

Mariana saco su celular y le mando un texto a su padre, inventándole una excusa y avisándole que llegaría un poco más tarde.

—Y para qué quieres saber, si solo buscas coger nada más dime y podemos arreglarnos —le respondió ella, mientras abría las piernas y se tocaba sugerentemente, sin darle oportunidad al taxista de decir que no…

Oculta

Siempre oculta, temerosa,
no dejas que nadie se acerque.
Arrastrando las heridas y espadas de viejas batallas,
sangrando durante la noche, recostada en tu cama.
Sintiendo ese dolor que no mata, solo punza,
todo el día, todos los días, ocultado las heridas debajo de esa piel tersa.
Injustas llagas que derraman gotas de desasosiego y soledad.

No puedes detener el paso del tiempo, solo quieres permanecer inerte.
Sin sentir nada.
Sin escuchar nada.
Sin ver nada.
Sin vivir nada.

Oculta, siempre detrás de un velo de falsa tranquilidad,
no te muestras ante un mundo que te abandono hace mucho.
Esperando que una brisa te arrastre por entre callejones y salidas.

Puertas de cobre, cerradas con los candados de tus miedos,
escondiste tan bien las llaves que las has perdido.
Y ya no quieres buscarlas más,
encerrada por siempre en tu celda de papel y fuego.
Tan fácil que es quemarse o romperla,
pero no tienes la fuerza para hacerlo, no quieres levantarte.

No tienes motivos para nada más.
Temerosa de dar el primer paso,
porque levantarte duele.
Y permanecer recostada también, solo que un poco menos.

Gracias, madre




Cuando niño, mi madre me decía:
“Si sigues así, vas a terminar en la cárcel, en un anexo o muerto antes de los veinte”

Todos los días me pegaba, por que no sabía estudiar. Para mí la escuela era un lugar vacío, donde perdía el tiempo siete horas para no aprender nada, los maestros me regañaban y mis compañeros me hacían bullying. Y al llegar a casa era lo mismo, putazo tras putazo, porque no quería hacer las tareas y prefería salir a la calle y vagar hasta la noche.

“… vas a terminar en la cárcel,”
Pues mira, madre, no termine en la cárcel, o bueno, por lo menos aún no. Robé, estafé, defraudé y cometí algunas otras felonías, pero siempre salí bien parado de cada una de ellas. Así que esos golpes que me diste para que supiera estudiar, si sirvieron, pero no para lo que querías, sino para darme la astucia necesaria y planear muy bien los delitos que cometí.
Sigo vagando como antes, aunque no de igual manera, ya que la vida es cara y soy gordo. Me gusta beber, pero no me gusta el tequila, por lo que el Tonayan de treinta varos no es una opción para mantenerme ebrio. Así que la botella más barata que encuentro para mantener este vicio es el ron, que no pasa de los ciento cincuenta. Entonces, tuve que comprar un título mal hecho para así encontrar un trabajo medianamente decente, que me permitiera ganar lo suficiente para pagarme el alcohol y la cocaína, porque tampoco me gusta la piedra. Ya saben, limosnero y con garrote.

“… en un anexo”
Pues aquí también la cagaste, madre, porque me he drogado con todo e incluso me volví adicto en algún punto. Pero sigo aquí, valiendo verga, pero aquí, con mi libertad a medias, ebrio cuando me lo permito y con amigos que me procuran ese polvo blanco con el que puedo olvidar solo por un momento la realidad que me abrume.

Hubo un tiempo en el que fui feliz, realmente feliz. Lo tenía todo, una mujer que me amaba, una casa, cosas de Liverpool, viajes y comidas en restaurantes caros. Pero todos sabemos que no puedes tener todo en la vida y, durante un poco tiempo, lo tuve. Y así como llego, se fue. Primero el dinero, luego el amor y ahora la salud. Así que ya no tengo nada más que perder.

“… o muerto antes de los veinte”
En esta tuviste razón, parcialmente. Solo te equivocaste en los años, no fue a los veinte, fue a los treinta. Y aunque aun respiro, cada vez más ásperamente por los años acumulando humo de cigarro, alcohol y viejos golpes que han dejado cicatrices, ya la vida se me hace un sinsentido por la cual no vale la pena seguir luchando. Así que dejaré que esta marea me arrastre a donde se le pegue la gana, me deje varado en algún lugar olvidado y me mate, sin aviso ni notas de suicidio.

Dicho lo anterior, gracias, madre, por enseñarme desde pequeño que la vida es una porquería. Sin tus palabras, cargadas de sabiduría y odio, sí hubiera terminado en la cárcel, el anexo o muerto, antes de tiempo, sin saber que la verdadera vida no está en ser feliz, sino en toda la mierda que somos capaces de cargar en nuestra espada.

Cabecita de alfajor

La luna bajó, hace tanto tiempo. Llenando el cuarto de incienso, humo azulado y colillas de cigarrillos.

Bajó sobre tu piel, recorriendo tus bellas mejillas marcadas por dos líneas saladas. Tus labios rojos, jadeantes, semiabiertos. Se metió, solo un poco, dentro de ti. Llegando a tu garganta, manchando de negro aquello que aún no has podido decir.

Beso tu espalda por última vez, donde ese mar rojo ha perdido su ímpetu. Se estremeció como antaño, erizando los poros que susurraron un último adiós. Y su agonía fue lenta, imperceptible.

Acarició tus nalgas, aquellas que recibieron cientos de halagos y roces carmín. Y la luna se encargó de dejar una pequeña llaga, palpitante, libre de cura, que recuerde aquello que no será, que se vuelva completamente invisible, recordada en las ausencias y otras manos. 

Le soplo a tus piernas, que temblaron con el frío y una última canción. Escucharon, abiertas, mientras el eco del tiempo se posó sobre ti, cerrando los ojos, ahogando las lágrimas, gritando, gimiendo, sintiendo como esa convulsión de bajo vientre poco a poco se convierte en un suspiro, dejando un sabor agridulce de éxtasis y melancolía.

Y al final, la luna bajó, hace tanto tiempo. Dejando un cuarto apestando a incienso, con un humo denso y obscuro, donde los pies se queman a cada paso, con los cientos de colillas de cigarros que se han quedado esperando fuego, en donde ya solo había cenizas.

Triste historia del olvido que no fue, porque debe crecer y convertirse en la medusa que muere cada vez que se ve en el reflejo de una historia llena de amor y vacío

La tierra se ha cerrado dentro de este mar perfectamente vacío. Llenando los pocos huecos que hay detrás de las cortinas, polvo de uñas rotas y cabellos finos. No existe nada más allá de este horizonte ámbar, donde los sueños han perdido toda realidad, dejando solo las pesadillas donde puedes correr pero tus pies están amarrados al lodo de la indiferencia, baños de sal y agua destilada, cientos de viejas pasiones recorren las venas hinchadas de tanto recordar el daño que dejaron tus caricias en mi cadera, dulces heridas sangrantes, que no sanan, no dejan de brotar y mucho menos pueden cerrar, no porque no quiera, sino porque no lo permito, porque me hacen acordarme de cuando estaba vivo, déjame besar de nuevo tu bajo vientre y llevarte al éxtasis una última vez, porque lo que tuvimos no fue una despedida, ni siquiera un adiós, fue una muerte lenta, agonizante, asfixiante, donde los hechos se transformaron en la peor de las cosas que no tuvimos, aunque no eran parte de nuestra historia, solo parte de un momento exacto en el tiempo de la soledad que nos embargaba en ese preciso instante.

Solo nos queda quedarnos encerrados en nuestros errores, cerrar un libro que se llenó de sangre y semen, una nueva habitación donde las fotografías cuelgan de un hilo, dispuestas a caer y llenarse de telarañas, viejas amigas de cuatro patas y cien ojos, situadas a ver lo que no saben, a decir lo que no conocen y cerrarse como ostras, metiendo su ponzoña, dejando que nos invada, no, no te voy a olvidar, mi mucho menos volver a amar, dejaré que seas el recuerdo de una botella vacía, donde antes bebía y me dejaba llevar, porque olvidar es volver a vivir aquello que fue y no será, es tropezar con la piedra que pongo adelante para seguir cayendo una y mil veces, es querer un sinsentido, una ilusión que se vuelve más borrosa cada día que pasa, así como fueron los últimos momentos, secos y áridos, justo como es esta tierra que se consume dentro de mi ser, dejando un mar de vacío, dispuesto a volver a llenarse con nuevas canciones, llantos y cabello negro.

Sie7e

Luces multicolor que viajan sobre trenes llenos de humo y papel cascaron,
viejas maquetas donde se han posado unos ojos negros, inundados de ausencia.

Incienso tornasol, olor a pasto recién cortado, lluvia y melancolía,
no se puede esperar sentir el calor del sol cuando vemos su reflejo a través de las cortinas.

Lirios y anclas marchitas, dejando que el óxido crezca sobre el cuerpo,
impidiendo que la nueva piel florezca, por miedo y desesperanza al que podrá ser.

Infinitos puntos y aparte asoman su cabeza por sobre la historia que aún no está contada,
olvidando que para que esta continúe, también podemos escribir un punto y seguido detrás de un nuevo nombre.

Arrecifes de niebla, embarcaciones que se han quedado atrapadas en este juego llamado tiempo,
dolor y no querer vivir por no sufrir, permaneciendo inertes ante los vientos que soplan.

Nadie dijo que fuera fácil, es más, la triste verdad es que nunca lo va a ser,
pero podemos crear una nueva Ilusión, donde los árboles crecen sobre las tumbas que nos mantienen prisioneros a nuestros recuerdos.

Alzando copas repletas de viejas lágrimas, golpes y derrotas,
y no nos queda más que tomar ese trago amargo, para así poder llenarlas nuevamente con el sabor agridulce de volver a sentir algo, sea esto amor o comedia.

Diana

Diana había perdido recientemente a su perrito. Había dejado la puerta abierta de su departamento solo por un momento, mientras sacaba la basura, por lo que su cachorro aprovecho la oportunidad, corrió directo a la calle y aunque ella lo persiguió, sus ojos vieron tristemente como se hacía cada vez más pequeño, alejándose felizmente de su lado.

Después de perseguirlo por un rato, regreso a su departamento y lloro todo el día, ni siquiera se molestó en llamar a su trabajo y reportarse enferma, por lo que a los tres días de ausencia la despidieron sin más. Un whatsapp de su jefe, recriminándole que le había dejado la chamba tirada, que de seguro le había robado algo y terminando con “ni se te ocurra venir por tu finiquito, porque no te voy a dar ni madres”, hicieron que se hundiera más en esa depresión que comenzaba a florecer, dejándola tirada días enteros en la cama, llorando por las noches y sacudiéndola con sudores fríos, que le hacían frotase las manos hasta el punto de lastimarse los dedos.

—A ver, recuérdame, ¿cuántas mascotas has tenido en tu vida?
—Muchas, pero tres son las importantes. Mencho, el pez dorado, que se murió porque le puse mucha comida un fin de semana que me fui de campamento, se la trago toda el muy puerco y se ahogó en su propia mierda. Jacinta, la gata siamesa que había rescatado de un refugio, pero que un día simplemente llegue a la casa y ya no estaba, ah, pero eso sí, la muy ingrata dejo limpio el plato de comida. Y Tortugo, este pinche perro que nunca había hecho ni madres, se la pasaba echado todo el día mordiendo mis zapatos, que cuando lo sacaba a caminar, tenía que regresar cargándolo porque el muy huevon a las dos cuadras ya no quería seguir. Y un día, de repente, todas sus energías acumuladas durante el tiempo que estuvo conmigo se dispararon y salió corriendo como si se lo llevara el diablo.
—¿Y por qué esas tres son las más importantes para ti?

Esa pregunta la hizo llorar de nuevo. Recordó cuando, a los quince, había ido a una feria con su hermano y después de pasar toda la tarde con él, subirse a los juegos mecánicos y gastarse todo el dinero que tenían entre los dos, pasaron por el último puesto de tiro al blanco que estaba abierto. Él le había prometido que todos los premios que sacaran serian para ella, pero no habían tenido suerte. Así que, juntando los pesos y centavos que tenían, le pago al tendero y después de afinar muy bien la puntería, tiro los tres patitos de metal necesarios para ganarse un pececito dorado metido en una bolsa llena de agua pintada de azul. Recordó como había saltado de felicidad, se colgó de cuello su hermano y le dejo marcado un beso en el cachete. Era el cierre perfecto para una tarde perfecta.

Una semana después, encontraron a su hermano colgado de la rama del árbol del patio trasero, con una nota en su pantalón que decía: “los amo, disculpen las molestias que esto les va a causar. No me lloren, ya lloré yo lo suficiente”.

A la gata la rescataron de un refugio ella y su pareja, con quien había comenzado a vivir hacia unos tres meses. Rentaban un bonito departamento, nada lujoso, pero si más que suficiente para los dos. Ella no trabajaba y se la pasaba todo el día en casa, aburrida, ya que no había mucho que hacer y antes del mediodía la casa estaba recogida y la comida lista. Así que decidieron que una mascota era una buena idea, que la acompañara y le diera un poco de movimiento al hogar.

Habían salido un sábado temprano y fueron a varias tiendas de mascotas. Vieron perros, gatos, iguanas, cotorros y hurones. Pero ninguno les había llamado la atención, todos tenían un pero, ya sea porque estaba muy grande, o es muy pequeño, o necesita muchos cuidados, o simplemente no, porque no. Así que después de pasar más de medio día dando vueltas por la ciudad, llegaron al refugio como última opción. Ahí la vieron, una gata hermosa, con el pelaje gris y las patitas blancas, recostada en una jaula. En el momento en que los vio, se levantó y comenzó a ronronear, dando vueltas, altiva y segura de si misma. Se enamoraron los dos en ese instante de ella y después de firmar unos papeles se la llevaron a casa.

Su pareja la engaño durante más de un año con cinco mujeres distintas, entre ellas una prima, a la cual embarazó. Después de enterarse, lo corrió de la casa y no volvió a saber de él, hasta unos meses después, cuando la invitación a la boda de su prima con su ex, la esperaba en el buzón, riéndose burlonamente de ella.

El perro fue un regalo de su mejor amiga. Después de su separación, había perdido la fe en el amor y decidió que era momento de aceptar que se iba a quedar sola. Así que se cambió de casa y look, comenzó a frecuentar más a sus amigos, a salir de peda y tener una vida más social. Conoció a una chava que había pasado por algo similar a ella y ese punto en común las hacía llorar, reír y congeniar, a tal grado de que al año de conocerse eran ya inseparables. En muchas ocasiones hablaron de hacerse roomies y las bromas acerca de volverse lesbianas o ser las tías solteronas y ricas de sus respectivas familias eran tema de conversación de todos los días, pero por x o y nunca terminaban de cuajar los planes. Todos los días comían juntas y los fines de semana era muy común que se les viera llegar juntas al bar “Le Garage”, tomarse unas copas y cerca del cierre se iban riendo a carcajadas, dejando a más de uno enamorado y deseoso de llevarlas a algún motel, pero ellas solo les daban alas y los dejaban embelesados y excitados.

Una mañana de diciembre, en su cumpleaños, llego su amiga con una caja pequeña. Era el Beagle más hermoso que había visto en su vida y después de abrazar a la cumpleañera y le dijo: “¡mira, este pequeño va a ser nuestro consuelo cuando nos mudemos juntas! Ya no nos podrán decir que no tenemos un macho en nuestras vidas”. Rieron, desayunaron y planearon una vez más la mudanza y las cosas que tendrían, la casa, los muebles y hasta todos los animales que serían sus fieles compañeros, no como los malditos hombres pito fácil y culeros, que nada más les ponían unas faldas enfrente y se iban como moscas a la mierda. Pasaron el resto del día juntas y al anochecer, después de que un par de botellas de vino yacieran vacías en el suelo, se fue a su casa.

Tres días después y sin haber tenido noticias de ella, la encontraron sin vida, violada, golpeada y maniatada en una casa abandonada a tres calles de donde vivía. Al parecer, llegó ebria a su casa, dejo la puerta abierta y alguien se metió. Aún no daban con el asesino, pero las investigaciones eran muy alentadoras, pese a que su archivo poco a poco iba quedando olvidado bajo los nuevos casos que llegaban todos los días.

—No lo sé. ¿Por qué tendrían que ser importantes? Se murieron o me abandonaron. ¿No es eso acaso lo que todos han hecho conmigo? Olvidarme, relegarme, usarme, lastimarme. ¿Qué significan mis mascotas para mí? ¿Un recuerdo que todo termina, de las personas que me amaron, me aferro a ellas porque no puedo dejarlas ir? ¿De qué estoy sola, que siempre estuve sola y que moriré sola?
—Ok. Recuerdo de los que te amaron. Y tú miedo a la soledad. Estás basando tu vida en otras personas. ¿Por qué? ¿Tú dónde quedas? ¿Qué estás haciendo TÚ por ti misma?

Diana se enjuagó las lágrimas que aún corrían por su rostro. No había pensado en ella misma desde hace mucho tiempo, no tenía ganas de hacerlo, estaba cansada y levantarse todos los días era más por obligación que por que ella quisiera. La vida cuesta y no podría esperar a que lo que quedaba de su familia se hiciera cargo de ella. Si hubiera querido suicidarse, ya lo hubiera hecho desde hace mucho tiempo, pero tampoco tenía el valor suficiente. La muerte le daba miedo.
Se estrujó nuevamente los dedos hasta dejarlos rojos y clavo la mirada en el piso. Pensaba en su hermano, su pareja, su amiga. Todos se habían ido. Era indiferente ante el mundo, su existencia no significaba nada para nadie. Si se fuera no se notaría su ausencia. ¿Irse a dónde? ¿Huir? ¿Cambiar? No era fácil, ni siquiera estaba segura de querer hacerlo. ¿Qué caso tiene? ¿Para qué?

La sesión terminó en silencio, con un gracias, nos vemos la próxima semana. Salió hacia la calle, con la luz de sol escondiéndose tras unas nubes que amenazaban lluvia. Camino hacia su departamento, mientras que la última pregunta seguía dando vueltas en su cabeza. ¿Qué iba a hacer ELLA por si misma?

Rompecabezas

El tiempo ha volado sobre nosotros,
Llevando consigo lágrimas de acetona y pies llagados.

La luna ha marcado nuevas rutas de escape.

Siente el frío de una brisa que toca tu piel, dejando huella y besos húmedos,
Cientos de peces danzan en la inmensidad de un río violeta, bello e incandescente.

Muéstrame por última vez el camino antes de olvidarte.

Inefablemente erótica te has descubierto ante mí, descansando tu cuerpo desnudo en unos matorrales de cereza, leche de cebada y pensamientos suicidas.

Tal vez el tiempo no cura todo, solo lo hace más llevadero.

Siento tu cabeza reposar sobre mis hombros, hirviendo de ganas de poder estar ahí,
Sin siquiera saber por qué aún no podemos estar juntos.

¿Será acaso este el destino del cual hui hace tanto tiempo?

Déjate llevar por la atemporalidad de un beso, no hay nada más en este mundo que tú y yo en este instante. Jura sobre tus viejos libros, empolvados y llenos de viejas moscas que danzan al compás de una canción que se hizo eterna en la mente de un viejo casete, donde las líneas de su soledad han demostrado que nada más importa, más que el momento en el que te conocí, con tus grandes ojos pidiendo solo un poco de luz dentro de una habitación vacía, repleta de sinsentidos y cuadernos con nombres tachados, infinitos matices de heridas sin sanar, otras que van cerrando y unas más que cicatrizaron, dejando el cuerpo marcado en rojo, brillando, oculto, sensible.

Solo deja que el tiempo deje caer las piezas de este rompecabezas donde tengan que caer, en este imperfecto sitio lleno de miseria y esperanza.

Autosabotaje



No te vayas a enamorar de mí. Porque te voy a olvidar.

No pienses en mí, porque no sé cómo amar. Posiblemente te cante al oído y eso sea suficiente. Te besaré como nunca lo han hecho. Pero será solo por un tiempo, después me voy a alejar. No sé cómo querer y, lo he intentado, créeme, pero al final del día, no estaré ahí.

Te amaré como eres, besaré tus defectos y los haré míos. Serás hermosa ante mis ojos y te los prestaré para que tú te veas así. Pero no sabré como curar tus heridas. Las acariciaré, claro, pero no esperes mucho más. Porque un día estaré y al siguiente me habré ido. Sin decirte adiós.

Te sobaré el alma y beberé de tu amor, hasta dejarte seca. Pasaré noches enteras abrazándote y harás de mi pecho un refugio que un día voy a cerrar. Me verás a través la ventana y llorarás, pero será tarde. Te consolaré un tiempo y sentirás que todo está bien. Pero no es así. Poco a poco me verás caer nuevamente y no podrás hacer nada.

No te vayas a enamorar de mí, porque te amaré como nadie lo ha hecho. Porque te quiero solo para mí, haré lo imposible por hacerte feliz, robaré, mentiré, engañaré y si es necesario, mataré. Hasta que lo deje de hacer. Y empezaré a amarte en silencio, de madrugada, con dolor. Porque no sé ser de otra manera, no es que lo quiera, pero siempre termino arruinando todo.

No me quieras, porque te escribiré cuentos que nadie más ha escuchado. Te enamorarás de lo que puedo llegar a ser, pero en el fondo no tengo nada que ofrecer. Acariciaré tu cabello hasta que te duermas y después me iré. Y te quedará una cama vacía, ausente. Y te seguiré amando, de lejos. Y moriré. Cuando te vayas y decidas que es suficiente.

Por favor, no te vayas a enamorar de mí. No me quieras, ni se te ocurra amarme.

Porque cuando todo acabé, nos faltará una vida para olvidarnos.

Tragicomedia tornasol

La brisa lavó el polvo que se acumula bajo ocho cajones llenos de risas y llantos. Llenos de sueños, cojines y un atardecer moribundo, con el sol quemando las primeras estrellas, donde tus labios me dijeron por primera vez te amo.

El viento se llevó aquel collar que te di. Símbolo de un sentimiento imperfecto, herido y risueño, con miedo y esperanza en el mañana. Llego y se fue, así como se fueron los brazos donde recargue mi conciencia, mis debilidades y mi tristeza.

La noche intenta consolarme, dándome un beso. Me refugio en su regazo, esperando que me lleve allá donde estás, donde te perdí. Donde perdí la vida.

El sueño me consume. Porque solo ahí puedo volver a verte, olerte, tocarte, amarte. Amarte en mi soledad, con mi frialdad, cantándote al oído, como lo solía hacer, cuando estábamos los dos, uno contra el mundo, el tiempo y la triste decadencia tornasol que era tenerte y saber que en cualquier momento ya no estuvieras ahí.

Vorágine

La muerte se ha sentado al borde de mi cama. Acaricia mis sueños y canta, con su voz suave que invita a escucharla. Recuesto mi cabeza en su regazo, mirando esos ojos vacíos que ven a la nada.

La muerte me abraza. Quiere consolarme, con su capa limpia las lágrimas que queman, ácidos de finas hebras que hacen hueco en mi rostro. El frío roce me estremece, sintiendo paz y asmr.

La muerte me da una pluma y una hoja. Quiere que escriba todo aquello que me falto decir, que ame todo aquello que me falto amar y que vomite todo el veneno que se ha hecho un nudo en mis entrañas. Y escribo tres cartas, una para mí, otra para ti y la última para los demás. Mi última palabra se ha consumido en negro, en trazos quebradizos y papel salado.

La muerte me levanta. Ya estoy cansado de una vida de soledad, del destino que se ha burlado una y cien veces de mí, de un Dios ha jugado conmigo hasta el cansancio, dándome pequeñas ventanas de felicidad y años de cuartos asfixiantes, donde la luz que se filtra se puede tapar con un dedo, dejando solo sombras tenues y recuerdos nauseabundos, podridas manzanas que engullo como si de eso dependiera mi vida, un muerto en vida que se revuelca entre rizos rojos, una mirada café, un mar de sensaciones y heridas a flor de piel, que laceran los pies, el sexo de madrugada y los besos que negué, polvo debajo de las uñas que arañan el amanecer que nunca fue, un te amo que se consumió en fuego frío, hielo seco y tres pétalos rojos de una rosa que sangra, moribunda, arrancada de la tierra donde nunca se esperó que hubiera nacido.

La muerte me invita a danzar. Una soga envuelve mi cuello, cálida, áspera. Y me dejo caer, cerrando los ojos, feliz de por fin bailar el dulce danzón de antaño, acompañado de aquello que siempre estuvo ahí, esperando paciente, sin buscar nada a cambio, el único ser que realmente me amo por quien era, con mi sombra reflejada en una pared manchada de pasado, recuerdos difusos y fantasmas.


A todas aquellas que amé y amaré

Amo lo que eres. No lo que fuiste o lo que serás. Aquello que fuiste no lo conocí y lo que serás puede que no lo conozca.

Amo tu imperfección. En ella radica el sufrimiento, las cicatrices y las memorias, todo aquello que hoy te hace un ser de infinita belleza.

Amo tus días de dolor de bajo vientre, con helado de queso y llanto. Eres humana, sangras y vives, a pesar de todo, a pesar de todos.

Amo tu independencia. No te quiero dócil, un objeto del cual pueda disponer a mi antojo. Porque asi como yo lo hago, eres libre de elegirme cada día o abandonarme cuando te plazca.

Amo que puedas bajarte las estrellas sola. Confió en ti, tengo la certeza de que alcanzarás todo aquello que te propongas. Y si no quieres nada, nada será. Ya que no siempre hay algo que lograr.

Te amo así, en el desierto y la decadencia, en los días de lluvia y los meses de verano, durante los años de carencias y esas pequeñas ventanas de paraíso. Y puede que me aleje y no te lo demuestre, pero trataré de estar ahí, aun cuando sienta que me falta el aire. Soy el que te besa los pies descalzos, en las madrugadas, cuando andes de malas y cuando te odias a ti misma. Y ahí estará mi pecho para que duermas, para que llores, para que grites y para que te refugies cuando no puedas más. Y haré lo imposible por hacerte reír, te cantaré borracho, te haré el amor sin quitarte la ropa y me comeré tu piel desnuda a besos. Escribiré cuentos solo para ti, donde el vicio se haga incierto, la soledad amante y el cielo se pueda guardar en un tazón. Y juro que te amaré aún más cuando me maldigas, sacando conmigo todo aquello que quieras gritarle al mundo. Con el corazón en la mano, dando todo, con la esperanza de que me des todo. Porque al final, soy ese pobre diablo que te amó como nadie y te amará como ninguno.