Consuelo




Salí del trabajo después de un turno de 24 horas. No tengo nada más que cuatro pesos en la bolsa, un paquete de cigarros y un pan. La espalda me está matando y la barriga me arde, por tanto ácido acumulado debido a no comer nada el día anterior. Me causa gracia lo que se viene a la mente cuando no se tiene gran cosa. Imaginas que a la vuelta de la esquina te vas a encontrar una cartera, un billete tirado, quizá. O de plano, si llevas mucho tiempo así, robar ya no se te hace una mala opción. A veces puede más el hambre que la ética.

Enciendo un cigarro. Froto mis manos y las meto en los bolsillos de la vieja chamarra. Me espera un camino de media hora hasta la casa, por lo que empiezo el andar, no quiero que el fresco de la mañana me taladre los huesos más de lo que ya lo ha hecho la noche antes. En esta vida, de todas las decisiones que tomamos, la única realmente importante es la manera de morir. No pedimos nacer, pero si somos inteligentes, podemos -y debemos- encauzar la propia existencia hasta el trágico final. Esto lo había pensado hace tiempo y, definitivamente, morir de frío no era una opción. No sería muy “poético” de mi parte.

El cigarro se consume lentamente en blancas bolas de humo, mientras mis pies entran en calor a cada paso. La barba crecida y el cabello apenas largo me cubren la cara del viento matutino, ese que acompaña el despertar del sol sobre los edificios de una ciudad aún inerte. Caminar a esas horas, cuando los hombres apenas salen de sus casas para ir a las fábricas, los niños se despabilan sentados en sus camas y las señoras salen a los mercados para escoger las frutas y verduras frescas, es algo que disfruto. La gente me aburre, pero sus motivaciones no. Ves cómo cada uno, a su manera, trata de sobrevivir un día más, una semana más, una vida más. Aquel que sabe que va a tener que doblar horas porque las deudas lo están consumiendo, el otro porque tiene que pagar pensión alimenticia, aquella que le coquetea al destazador de pollos para que le dé una mejor pieza, o la que va contando la morralla en cada puesto, con la mirada cansada y los dedos entumidos de tanto tronárselos, rezando para sus adentros porque no hayan subido el kilo de tortillas. El conjunto, dentro de su propia miseria, me hace sentir menos solo.

Estoy a un par de cuadras de aquel cuarto que llamo hogar. El drogadicto que siempre está en la esquina, me recibe con una sonrisa y los ojos vidriosos. “¿No trai diez varos, jefe?” me dice, mientras estira la mano. Le doy los cuatro pesos, “es todo lo que traigo, carnal, ahí pa la otra te aliviano”, le respondo. No me pesa dárselos, me ha regalado buena hierba y no ha desvalijado mi casa. Además, siempre es bueno tener un marihuano de tu lado. Nunca sabes cuándo puedas ocupar una tele robada.

Entro a mi querida pocilga y abro el frigobar, que también me sirve de mesa. Detrás de unas bolsas con tortillas duras esta la botella de licor de caña. Tomo el vaso que está ahí desde hace no sé cuánto y me sirvo una copa. El primer trago pasa lento, quemando la garganta y aflojando la lengua. Los siguientes pasan más ligeros, hace mucho tiempo que le perdí el gusto al alcohol. Ya solo me sirve para calmar la panza y dormir más rápido. Prendo otro cigarro. Saco la vieja laptop que me reúso a empeñar y escribo un par de cuentos. Beber, fumar y escribir. Es lo único que me mantiene cuerdo.

Ya casi va a dar la una de la tarde. Me sirvo el último suspiro de la botella y me tumbo en el colchón. La cabeza me da vueltas, pero el dolor de estómago se ha ido. Veo como los rayos de sol se filtran por entre la cobija que puse a modo de cortina y me entretengo con el baile de las motas de polvo y piel muerta. Sé que el último vaso de aguardiente me va a noquear pronto, así que me acomodo lo mejor que puedo, dispuesto a dormir. Pongo mi pan a un lado, para que cuando me despierte en la noche tenga algo que comer y enciendo otro cigarro. Y antes de cerrar los ojos, llego a la conclusión: embriagarse y soñar, es el único consuelo que tenemos los pobres. Por lo menos, hasta que haya que empezar de nuevo.

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