Gracias, madre




Cuando niño, mi madre me decía:
“Si sigues así, vas a terminar en la cárcel, en un anexo o muerto antes de los veinte”

Todos los días me pegaba, por que no sabía estudiar. Para mí la escuela era un lugar vacío, donde perdía el tiempo siete horas para no aprender nada, los maestros me regañaban y mis compañeros me hacían bullying. Y al llegar a casa era lo mismo, putazo tras putazo, porque no quería hacer las tareas y prefería salir a la calle y vagar hasta la noche.

“… vas a terminar en la cárcel,”
Pues mira, madre, no termine en la cárcel, o bueno, por lo menos aún no. Robé, estafé, defraudé y cometí algunas otras felonías, pero siempre salí bien parado de cada una de ellas. Así que esos golpes que me diste para que supiera estudiar, si sirvieron, pero no para lo que querías, sino para darme la astucia necesaria y planear muy bien los delitos que cometí.
Sigo vagando como antes, aunque no de igual manera, ya que la vida es cara y soy gordo. Me gusta beber, pero no me gusta el tequila, por lo que el Tonayan de treinta varos no es una opción para mantenerme ebrio. Así que la botella más barata que encuentro para mantener este vicio es el ron, que no pasa de los ciento cincuenta. Entonces, tuve que comprar un título mal hecho para así encontrar un trabajo medianamente decente, que me permitiera ganar lo suficiente para pagarme el alcohol y la cocaína, porque tampoco me gusta la piedra. Ya saben, limosnero y con garrote.

“… en un anexo”
Pues aquí también la cagaste, madre, porque me he drogado con todo e incluso me volví adicto en algún punto. Pero sigo aquí, valiendo verga, pero aquí, con mi libertad a medias, ebrio cuando me lo permito y con amigos que me procuran ese polvo blanco con el que puedo olvidar solo por un momento la realidad que me abrume.

Hubo un tiempo en el que fui feliz, realmente feliz. Lo tenía todo, una mujer que me amaba, una casa, cosas de Liverpool, viajes y comidas en restaurantes caros. Pero todos sabemos que no puedes tener todo en la vida y, durante un poco tiempo, lo tuve. Y así como llego, se fue. Primero el dinero, luego el amor y ahora la salud. Así que ya no tengo nada más que perder.

“… o muerto antes de los veinte”
En esta tuviste razón, parcialmente. Solo te equivocaste en los años, no fue a los veinte, fue a los treinta. Y aunque aun respiro, cada vez más ásperamente por los años acumulando humo de cigarro, alcohol y viejos golpes que han dejado cicatrices, ya la vida se me hace un sinsentido por la cual no vale la pena seguir luchando. Así que dejaré que esta marea me arrastre a donde se le pegue la gana, me deje varado en algún lugar olvidado y me mate, sin aviso ni notas de suicidio.

Dicho lo anterior, gracias, madre, por enseñarme desde pequeño que la vida es una porquería. Sin tus palabras, cargadas de sabiduría y odio, sí hubiera terminado en la cárcel, el anexo o muerto, antes de tiempo, sin saber que la verdadera vida no está en ser feliz, sino en toda la mierda que somos capaces de cargar en nuestra espada.

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