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Mostrando las entradas de enero, 2021

El sutil vuelo de una mosca




¿Has visto alguna vez el vuelo de una mosca? Errático, dominado por el azar, en giros y quiebres sinsentido, forma o dirección. Caótico, verlo es jugar a predecir el futuro. No sabes para donde se dirige, hacia donde voltear. Lo observas fijamente, intentando controlar sus acciones con tus ojos. Quieres hipnotizar el anárquico destino que desconoces, como lo ansiaste hace tiempo, cuando los te amo perdieron significado y te aferraste a lo único que pretendías verdadero. Pero no, igual que aquella vez, ella sigue en su sitio, limpiando su cabeza con las patas diminutas, indiferente de tu presencia.

Ensimismado sigues sus movimientos. Ella se ha movido unos pocos centímetros, sin saber realmente por qué. No hay viento, luz, algo que la moleste, solo se ha movido. Es parte de su naturaleza, la bella acción del caos, sumado al azar, la que rige su vida. Y bajo esta misma premisa, sin una razón, levanta el vuelo. Sus transparentes alas revolotean, agitando las motas de polvo debajo de ella. Y les ha dado vida. Una vida efímera y carente de propósito, que solo sirve como una metáfora del ayer. Observas fascinado la danza de las partículas suspendidas en el aire -cuando la conociste-, como caen en círculos que cada vez se hacen más cerrados, entrelazándose unas con otras -los años que vivieron juntos-, hasta encontrar la muerte en la superficie fría de la que nacieron -cuando se separaron-. Y ella, la mosca, con sus alas ha dado por un momento vida. Y ni siquiera se ha dado cuenta de ello. Es hermoso el confuso capricho que la hace ir y venir, dominada por la casualidad, aquella que ahora la lleva a posarse en el dorso de tu mano.

Con extrema suavidad, como si acariciaras el cabello de una mujer, levantas el brazo y lo pones frente a ti. La mosca se mantiene inmóvil. No tiene idea de lo que eres. Siempre libre, solo eres una mancha fugaz que vivirá en su memoria el tiempo exacto que estés frente a ella. Y después te habrá olvidado, como se olvidan los rostros del colectivo que día a día te acompañan al trabajo, como se olvidan las discusiones que ahogadamente escuchas mientras te diriges al bar más cercano, como se olvida el hielo en la copa que bebes, antes de regresar a la miseria de tu habitación. Para la mosca no eres más que el imperceptible grano de sal que queda después de haberse evaporado una lágrima. Sus pequeños ojos voltean, sus pequeñas patas los limpian y sus hermosas alas se elevan. Y ahora, te quedas únicamente con el recuerdo de lo que fue y no volverá a ser. Porque ella se ha ido, sin saber por qué, dominada por el caos y el azar que rigen una vida llena de incertidumbres, sorpresas, miseria y sutiles vuelos que la trajeron hacia ti y un segundo después, te la han arrebatado.

Discurso absurdista de ambidiestra política en un marco de neosocialismo anarcocapitalista




¡Campesinos del mundo, levantad el puño! Que la tierra nos ha dado paz, comida y libertad. Ha visto por nosotros, dándonos sus frutos y su compresión, más allá de lo que nuestras madres y hermanas lo han hecho. Nos bendijo con sus cosechas, por las que solo hemos pagado con sangre, sudor y semen. Regada con la sangre de nuestros hijos, cuando los enviamos a luchar, celular en mano, a los campos de batalla de Facebook y Twitter, compartiendo fake news y peleando con señoras en grupos de compra-venta. Sudamos lágrimas al reaccionar a cada publicación de nuestro sistema patriarcal y nos dejamos la vida comentando puntos de vista que no nos pertenecen y datos incorrectos de fuentes Arial #12. Bañamos con nuestro semen los campos minados de publicidad engañosa en páginas de dudosa moral, donde las solteras nos esperan a un radio de 3 km, las pastillas milagrosas nos curan el cáncer, los agrandamientos de pene nos seducen y ganamos todos aquel visitante un millón al maldito sistema. Viva la tierra en la que crecimos, no podemos hacer otra cosa más que protegerla desde la incomodidad del sillón, mientras buscamos documentales en Netflix.

¡Obreros del mundo, tomad las armas! Que las fábricas nos han robado el aire, el agua y las ganas de vivir. No dejemos que cumplan su cometido, arrasemos sus suministros y quememos las ideas arcaicas, esas que nos impiden declararnos antrosexuales sin temor o cadenas. Porque cada quien es libre de decidir sobre su cuerpo, incluso cuando no se sabe el significado de la palabra sexo. Ya no estamos en los años 60’s, ahora incluso los niños y niñas del planeta pueden y deben decidir qué es lo mejor para ellos, pasando por sobre sus padres, religiones o valores. Arrasemos con las viejas costumbres de concebir planes, abortemos las ideas y matemos los sueños. Nadie podrá decirnos como vivir nuestra existencia, porque nadie sabe mejor que nosotros mismos nuestra historia y nuestro pasado. Dejemos atrás aquellas épocas donde la educación partía desde casa y llenémonos la mente de tutoriales de Youtube e Instagramers que piden comida gratis a cambio de publicidad fortuita.

¡Proletarios del mundo, uníos! Que nuestra lucha no es solo contra los estándares burgueses de unos cuantos, es contra toda la industria asesina de vacas, puercos, gallinas y todo aquel animal que estúpidamente destinaron para consumo. Es contra la explotación de conejillos de indias y otros seres vivos que arrancan de sus hábitats, para poder experimentar con ellos diferentes maquillajes, medicamentos y antenas portadoras del temible 5G. Es contra la manufactura de bienes y riquezas que atesoran algunas familias privilegiadas, que por el simple hecho de nacer en cuna de plata, creen que pueden disponer de lo que les pertenece y no repartirlo entre la clase trabajadora, no sin antes tomarse una selfie en algún pueblo olvidado, junto a una lugareña socialista y honesta. No dejemos caer la bandera que alzó Trotski, Lenin y Mao Zedong, pongamos de fondo de pantalla en nuestro iPhone una estrella roja y luzcamos orgullosos la playera con el rostro del Che Guevara. Que nuestro ideal antisistema sea el pan de cada día, acompañado de papas fritas y ese refresco rellenable arrancado del McDonald's más cercano. Inundemos con nuestro discurso las redes sociales, los bares y los Starbucks y no dejemos que nadie calle nuestra voz, ni sofoque nuestra sed de victoria.

¡Libertad!
¡Revolución!
¡Coca Cola!

Fusión




Viejos sillones han tomado fuerza, coloreando el viento de una tarde manchada por café y un coqueteo. Arrastrándome dentro, mientras le pido al tiempo que se detenga detrás de aquellas gradas, para intentar calmar estas manos nerviosas que no saben que hacer en ese momento.

Y el tiempo se detuvo, solo por segundo, bajo el firmamento negro.

El viento ha jugado con su cabello, llevándolo lentamente detrás de esos ojos que se han robado un espacio dentro del cajón de los recuerdos. Recuerdos que se mezclan y bailan, uno a uno, en un vaivén de sensaciones que flotan y se quedan atrapadas en el cuerpo.

Y el viento se detuvo, solo por un segundo, bajo una canción azul cielo.

Cientos de piedras fueron testigos de ese instante, fugaz y bello. Y ahora, solo queda descubrir como poder transformarlo en algo duradero. Y si esto es un sueño, dejar que se quede ahí, quieto, mientras encuentro como volverlo eterno.

Así, el tiempo y el viento, podrán encontrarse en uno solo y dejarse llevar por un instante, fusionando sus labios en un infinito beso.

Breve reflexión encontrada en una maceta de corredor




Hola, soy una hoja. Posiblemente no me conozcas o hayas escuchado mi nombre. No te preocupes, no eres el único. Estoy acostumbrada ser relegada, la segunda, la de atrás. Olvidada. Siempre a la sombra de la flor que brilla sobre mi cabeza. Incluso las espinas -hermanas que crecen en el mismo tallo que yo- suelen lastimarme y rasgarme, cuidándola a ella. Mi vida depende de su perfección, incluso cuando nadie me dijo que esto fuera así. Nací para servirla, no tengo otro propósito ni razón de ser. Solo ser la esclava de la princesa, esa que me roba lo poco que puedo obtener de la tierra, o se bebe el rocío que caen como lágrimas en mi cuerpo. Y mientras ella crece, a mí me consumen las plagas que constantemente tratan de alcanzarla. Ese es mi trabajo, es mi misión. Ser la sombra que tímidamente crece a la sombra de la belleza y considerarme dichosa por casi tocar a una diosa.

Eso es una hoja, por si no lo sabías. Somos aquellas que mueren, para que otras florezcan.

Carta de una prostituta a sus clientes




Sí, me llamas zorra. Exiges que abra las piernas, destrozas mi vagina con tus arremetidas convulsas y dejas tu aliento putrefacto impregnado en mi cuello, cansado de tantas mordidas sanguinolentas que marcan tu boca.

Sí, me llamas cualquiera. Quieres que me volteé y te dé el culo, sangrante de todas esas veces que ansias perforar. Y si me niego, te crees con el derecho de golpearme hasta dejarme irreconocible, mientras te abrochas el pantalón y ríes sarcásticamente.

Sí, me llamas ramera. Pretendes que te mame la verga, llena de esmegma, chancros y humillación. Y si acaso uno de tus pelos se llega a atorar entre mis dientes, mi paga es una cachetada, que me deja más aturdida que las drogas que busco a diario, no para viajar, sino para olvidar.

Sí, me llamas puta. Demandas que te bese, acaricie, ame. Pero si te pido que uses condón, te enojas al punto de la demencia, me pateas y después de todo, me penetras así, sin más, asfixiándome con el peso de tu mierda, obligándome a permanecer inerte mientras terminas dentro de mí, sintiendo tu semen resbalando, manchando no solo el colchón, también mi alma.

Pero recuerda, soy esa zorra que busca no solo complacerte, también escucharte. Porque muchas veces has acudido a mí llorando, cansado de tu misera existencia, al punto de explotar y no saber que más hacer. Sí, soy esa cualquiera que te ha salvado la vida, al persuadirte con mis manos, mimando tu miembro, de no buscar el suicidio, ese que ronda tu cabeza cada noche de soledad y desamor. Recuerda que soy esa ramera que te dio una palabra de aliento cuando en tu casa solo escuchabas quejas y reclamos, cuando tus hijos se burlaron de ti y tu mujer te engaño por enésima vez, después de descubrir lo poco hombre que eres. Sí, soy esa puta que buscas tú, no te busco yo, a la cual le avientas los billetes para que los recoja como una perra; pero que a pesar de todo, cada vez que te presentas en mi puerta te dejo entrar, con la esperanza de que sea la última vez que te vea, no porque no necesite el dinero, sino porque mi único deseo es que encuentres aquello que te ha obligado hallarme.