El sutil vuelo de una mosca




¿Has visto alguna vez el vuelo de una mosca? Errático, dominado por el azar, en giros y quiebres sinsentido, forma o dirección. Caótico, verlo es jugar a predecir el futuro. No sabes para donde se dirige, hacia donde voltear. Lo observas fijamente, intentando controlar sus acciones con tus ojos. Quieres hipnotizar el anárquico destino que desconoces, como lo ansiaste hace tiempo, cuando los te amo perdieron significado y te aferraste a lo único que pretendías verdadero. Pero no, igual que aquella vez, ella sigue en su sitio, limpiando su cabeza con las patas diminutas, indiferente de tu presencia.

Ensimismado sigues sus movimientos. Ella se ha movido unos pocos centímetros, sin saber realmente por qué. No hay viento, luz, algo que la moleste, solo se ha movido. Es parte de su naturaleza, la bella acción del caos, sumado al azar, la que rige su vida. Y bajo esta misma premisa, sin una razón, levanta el vuelo. Sus transparentes alas revolotean, agitando las motas de polvo debajo de ella. Y les ha dado vida. Una vida efímera y carente de propósito, que solo sirve como una metáfora del ayer. Observas fascinado la danza de las partículas suspendidas en el aire -cuando la conociste-, como caen en círculos que cada vez se hacen más cerrados, entrelazándose unas con otras -los años que vivieron juntos-, hasta encontrar la muerte en la superficie fría de la que nacieron -cuando se separaron-. Y ella, la mosca, con sus alas ha dado por un momento vida. Y ni siquiera se ha dado cuenta de ello. Es hermoso el confuso capricho que la hace ir y venir, dominada por la casualidad, aquella que ahora la lleva a posarse en el dorso de tu mano.

Con extrema suavidad, como si acariciaras el cabello de una mujer, levantas el brazo y lo pones frente a ti. La mosca se mantiene inmóvil. No tiene idea de lo que eres. Siempre libre, solo eres una mancha fugaz que vivirá en su memoria el tiempo exacto que estés frente a ella. Y después te habrá olvidado, como se olvidan los rostros del colectivo que día a día te acompañan al trabajo, como se olvidan las discusiones que ahogadamente escuchas mientras te diriges al bar más cercano, como se olvida el hielo en la copa que bebes, antes de regresar a la miseria de tu habitación. Para la mosca no eres más que el imperceptible grano de sal que queda después de haberse evaporado una lágrima. Sus pequeños ojos voltean, sus pequeñas patas los limpian y sus hermosas alas se elevan. Y ahora, te quedas únicamente con el recuerdo de lo que fue y no volverá a ser. Porque ella se ha ido, sin saber por qué, dominada por el caos y el azar que rigen una vida llena de incertidumbres, sorpresas, miseria y sutiles vuelos que la trajeron hacia ti y un segundo después, te la han arrebatado.

Comentarios

  1. Me gustó la reflexión a partir de algo tan ínfimo que a muchos no les cruza el pensamiento ni por un segundo.

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  2. Me encanta este relato de entre varios tuyos!!!.. soy tu fan.

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