La nada
Las nubes bajaron por entre un par de postes de luz y un castillo de naipes.
El viento sopló, barriendo todo a su paso,
mientras yo, sentado en la acera,
con los pies llagados y el pecho desnudo,
veía como todo se reducía a nada.
Corrí al viejo hogar que finqué sobre lo que creí promesas.
Pero este se estaba diluyendo,
desmoronándose entre mis manos, formando lágrimas de sal y arena.
Desesperado traté de salvarlo,
pero ya no había nada.
Salí a la calle y grité.
Mientras el desierto de mi garganta se ahogaba con aire seco,
viejos te amo y aquellas dulces mentiras que bajan calientes y embriagan, en una vorágine de pasión, ilusión y sexo.
Pero en las calles ya no existía nada.
Y al final,
tumbado sobre las alas que había roto al encadenarme junto a unos cuantos sueños olvidados,
el recuerdo de tu piel se asomó lentamente alrededor de mi cuello,
con tu perfume rondando mi cabeza,
tus pequeños dedos acariciando mi sexo,
tu voz viajando por entre los recovecos de mis hubiera.
Y justo antes de que pudiera voltear a verte,
la impasible noche cayó sobre mis ojos,
nublándolo todo,
llevándome entre sus brazos,
haciéndome uno con la nada.
Comentarios
Publicar un comentario