Pérdida




Te esperé, con un vaso de agua y dos cigarros. Al final del otoño, sentado en una banca, con un ramo de flores y la mirada buscando tu silueta, entre cientos que se encontraban frente a mí.

¿Acaso te preguntaste en donde estaba?

Te esperé, con una copa de vino y una carta. Al inicio del invierno, cuando empezó la caída y el peso de cientos de hormigas en mi mente. Aquellas que poco a poco iban llenando los espacios vacíos con gangrena y un poco de soledad.

¿Acaso pensaste en cuanto me dolía?

Te esperé, con una botella de tequila y un limón. Cuando el frío se volvió incansable y mis pies no pudieron seguir. Y tú sabías muy bien como eso me consumía, rodeado de mis demonios, en un valle de sal y viento.

¿Acaso dudaste cuando me apuñalaste?

Te esperé. Al final de todo, cuando los días se confundían con las noches, en un sinfín de horas pasando por entre el hueco de la puerta, diluyéndose lentamente, con las memorias y los besos olvidados.

¿Acaso volteaste cuando te fuiste?

Si, te esperé. Estúpida y neciamente te esperé. Aún después de la muerte, te esperé. A pesar de saber que te había perdido hacia mucho tiempo.

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