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Pero recuerda, me debes una lavada de trastes

Para Abi.

No, no te confundas. No te estoy reclamando nada. No es mi intención, ni mucho menos. Solo es un recordatorio que espero llegue a donde quiera que el destino te haya llevado, después de arrancarte tan imprevisiblemente de nosotros.

No, no te lloramos demasiado. Solo lo necesario para recordarte, llevarte y tatuarte en un trío de corazones que ahora se han quedado sin quien proteja sus tropas. Aquellas que interrumpían las noches perezosas de Willy y Morgan, que ahora no saben que hacer, sin un general al cual seguir y que se quedarán paradas indefinidamente en el vago recuerdo de un sistema que tiene tantas fallas, que incluso mata a su propia gente.

No, no te arrepientas. Porque fuiste y serás aquella que compraba sus propias armas que llevar a la guerra, porque fuiste la que no sucumbió ante aquello que nos caracterizaba, porque eras feliz y así nos los dijiste en incontables veces. Dándonos esperanza en este mar de viejas sirenas, que con sus cantos de depresión y ansiedad querían llevarnos, pero que, con los tuyos, nos mantenías cerca.

No, no temas. Aquí estaremos, hasta que nos dure. Porque si algo queda en el aire, es que Dios no cumple caprichos ni tiene planes. Mantendremos en alto la memoria y tendremos más noches donde nos acompañes, solo que ahora estarás en todas y ninguna, a nuestro lado y sin tocarnos.

No, no hay nada más que decir. Afortunadamente te lo dijimos todo, cada quien a su manera y a su tiempo. Sin quedarnos nadie con nada, que a final de cuentas eso es lo que importa cuando ya no puedes hacerlo en persona. Y así nos lo dijiste igual, lo cual es de agradecer, ahora que sabemos que la vida es muy corta.

Solo recuerda que, aunque no me lavaste los trastes, estarás aquí, en cada uno de nosotros, siempre.

¿Por qué están tristes los tigres?

Se preguntará usted, ¿por qué estaban tristes los tres tigres? Bueno, intentaremos definir por qué con una serie de reflexiones, de las cuales, podrás tomar la que mejor te convenga. Se ha vuelto muy fácil definir la tristeza en el imaginario popular, ya que no tenemos una vara con que medir las cuestiones del alma. ¿Alma?, preguntarás. Sí, alma. Aquella cosa etérea, llena de misterios y sin sentidos, que se ha rodeado de un vaho intocable. De la cual se desprende una misera pizca de razón, la cual nos hace caer en el entendido de que sabemos de lo que hablamos. Pero la verdad es que no sabemos nada, ni tan siquiera lo mínimo, ya que no la hemos visto, tocado, sentido.

Aquí es donde entra la primera reflexión. ¿Acaso los tigres estaban tristes porque tragaban trigo en un trigal? No estoy descubriendo el hilo negro al decir que los tigres son carnívoros, como lo son las mujeres, con sus hermosos pechos y sus seductores traseros, llenos de ansiedad reprimida y bajas pasiones, por donde el carmín de la menstruación baja y se mezcla entre los pilares que son tus muslos, eso que he besado hasta la saciedad, llenándolos de saliva y semen, justo donde nace el trigo que es tu pubis, negro y rebelde, ondeando durante el sexo de madrugada y los días sin luz y nada que hablar. ¿Recuerdas cuando no teníamos nada más que decir, más que desnudarnos y hacer el amor? Tal vez esa sea la razón, los tigres no pueden comer aquello que desean y les dan aquello que no quieren.

Vamos a desmenuzar la siguiente razón, aquella que dice que los tigres tragaban trigo en tres tristes platos. ¿Acaso los platos tienen sentimientos? Son fríos, de metal, sin mayores pretensiones que guardar y acabar con aquello que los llena. Como lo es el amor, ese raro ente lleno de sinsabores y falsos matices, te hablan bonito y caíste, no sabes diferenciar lo que tienes de lo que pierdes, aquello que se ha quedado impregnando en tu misma esencia, que te ha tocado completo, sin máscaras, como las de los teatros, representando lo que no eres por ser alguien más, alguien que no conoces, no eres, no fuiste. Así es el amor, como, los platos, un engaño del que solo bebes y conoces la profundidad cuando estás dentro de él, porque no sabes lo que ha perdido para poder llenar el vacío que tiene ahora en su interior.

Y, por último, están tristes los tigres, ¿por qué sí?, porque pudiéramos pensar que su estado natural es ese. ¿Acaso esta es la respuesta? Unos seres incomprendidos, que al acercarse al hombre en un intento de darles aquello que no saben como expresar, les tiran mordidas pensando que son besos, besos de muerte, queriendo arrancar de la piel la soledad de una noche sin las caricias en la espalda, sin los pies fríos ni la nariz roja, las manos sobre el pecho y los cabellos enredados en un suspiro, justo antes de dormir, donde el cielo puede tocar el infierno solo un instante y los ángeles se juntan con los demonios una última vez antes de morir, antes de dejar este mundo putrefacto y decadente, ese mundo donde tres tristes tigres tragan trigo en un trigal, sin saber por qué, solo porque si, porque alguien así lo decidió, sin pedirles su opinión, obligándolos a vivir en una vida miserable llena porqués y reflexiones idiotas.