Comedia de (des)amor número 4

Róbame el aliento. 
Ese que se ha quedado a un instante de acariciar tus labios, asfixiándome debajo de las repisas, donde el polvo se acumula junto al cabello que dejaste. 

Róbame los sueños. 
Que no dejan de aparecer después de unas copas y sexo sin sentido. Porque alimentan mis demonios, aquellos que solo tú sabias que existían. Pero no me enseñaste como encerrarlos, para poder olvidarlos junto a las velas que queman poco a poco tu reflejo. 

Róbame el tiempo. 
Los días diecinueve, noviembre y los viajes en autobús. Llévatelos, junto a las iniciales, las canciones, las madrugadas y los cafés a medio tomar. No olvides nada, haz lo que quieras con ellos, quémalos, destrúyelos y entiérralos en lo más profundo de un corazón lleno de lodo, azúcar y pasión. 

Róbame el tacto.
Que todos los días se arrancan las uñas para no buscarte, que mueren a cada día por poder volver a tocar tu piel llena de perfección suicida, arrastrándose a cada minuto, interminable agonía olvidada dentro de vasos rotos, tequila barato y baños sucios.

Róbame el alma.
Que nunca fue mía, ni de nadie más. Porque está rota, repleta de quemaduras de cigarro y besos, allá donde no sabía que se podía entrar. Un pedazo de esencia que suplica un día más, una noche más, una caricia más, una vida más.

Róbame la muerte.
Que es lo único que me queda para darte, entre calles desiertas, autos y camiones, que pasan sin saber que son el único consuelo que tengo, cuando mi existencia se arrastra esperando poder volver a volar sobre tu vientre, acariciando tus rodillas y llorando dentro.
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