Rojo color sangre, como tus labios


Sin presiones.

El frío de la hoja en mis manos se siente bien. 

Es poder expulsar por fin aquello que me atormentó tanto tiempo y que ahora, justo al final, entiendo cada palabra como si de un libro abierto se tratase. El carrete de mi vida recorría mi mente, sin sabor.  Hasta que hace días la vi coloreada en rojo. 

Sin miedos. 

Se pintan aquellos detalles de mi existencia. Tu cabello, tus ojos, tus uñas rebeldes. De carmín se marcaba la espalda, el sexo y los buenos días. Las tardes de lluvia que no vimos, los atardeceres que no recorrimos, las palabras que no dijimos. Y ahora ya sé por qué. 

Sin dudas. 

El tiempo me dio una ventana de verdadera locura. Risas, sueños e ilusiones. Y después la cerró, tan abruptamente como comenzó. Así, sin decir nada, sin explicaciones ni canciones. Y cada uno tomo caminos diferentes, en esta ciudad de decadencia y bajas pasiones. 

Libre.

El frío de la hoja cortando mi piel se siente bien.

La sangre brota, roja como tus labios, besando mis poros y escurriendo por la coladera, allá donde mis esperanzas se fueron, lavaron y murieron. Porque no hay nada más puro que el sentimiento de ver la vida desvaneciéndose, gota a gota, mezclándose con ron y vaho sucio, infectando las heridas, los recuerdos y los charcos de agua.

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