Etérea realidad


Cayendo.
Las estrellas se han consumido en finas gotas de lava.
Inflamando el corazón, creciendo, sonriendo, durmiendo.
Ni mil noches han podido opacar el albor que lentamente se abre camino, donde apenas comienzan los pasos suaves de una bella extranjera, descalza sobre vidrio y pasto recién cortado.

Ardiendo.
Su mirada se pierde en notas musicales, risas frescas y noches prohibidas.
Con su largo y denso cabello ha abrazado a los demonios uno a uno, lento, sin preguntar.
A pesar de las dudas que asaltan la mente, cada segundo taladrando los recuerdos y el que podrá ser, con sus defensas y sus miedos, luchando por no dejarse caer.

Volando.
Después de tanto tiempo de haber estado aletargado.
Después de romperse en mil pedazos, tras encontrar la muerte ocho veces al estrellarse contra el tiempo.
Extendiendo las alas, entumidas y torpes, ya que han borrado de la memoria su propósito, sin entender que tan lejos se puede llegar con un poco de brisa marina.

Soñando.
Con una silueta que se hace cada vez más cercana.
Definiendo con sus pequeñas uñas verdes las costras de los tatuajes que el mundo ha dejado, marcando con hierro hirviente la etérea duermevela de la inconsciencia.
Esperando poder ser, jugando a cerrar los ojos, mientras que los sentimientos se hacen a un lado un segundo, antes de rendirse completamente. 

Curando.
Con alcohol de malta, buenos días y cigarrillos guardados.
Con su olor a nada, cucharas y vasos que cambian de filosofía.
A puertas cerradas, con calor y sillas rebeldes.

Renaciendo.
A pesar de todo.
Sin saber cuando ni donde, pasando sin sentir, rozando la piel y acariciando el cabello.
Y sin saber si es real o solo una ilusión más, pero que vale la pena intentar descifrar.

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