Appassionata

Fría. La noche se mostraba sin estrellas, nubes o ruidos. Solo un escalofrío de febrero (o marzo, ¿tal vez?) recorría las líneas de ese Shadow '92 que aparcaba bajo la única farola de la calle. La luz le daba al auto inmóvil un aire apacible, tranquilo, que ocultaba sus miserias y golpes. Maquina vieja, de carcasa rayada y doliente, con mil historias que contar y unas nuevas por empezar.

La tenue sombra de dos enamorados que caminan tomados de la mano se acerca, por los adoquines rojos e imperfectos. Adoquines manchados y lisos, ahí donde los zapatos de los caminantes han dejado huella. Debajo de un árbol, un beso. Frente a ellos un mural que representa la hispanidad. A su izquierda, una iglesia barroca, hermosa, con su fachada gastada por tantos años expuesta al aire, la lluvia y los desechos de los pájaros. Y así, rodeados de una ciudad desierta, los dos entrelazan las manos, bajo ese frío que quiere calar los huesos, pero no sé acerca ni un poco a lo que quema en sus corazones.

Llegan a la puerta del copiloto y se funden, abrazan y desesperan. La empuja sobre la ventanilla, la toma de la cintura y sus labios recorren ese cuello tan sediento de amor. No importa el tiempo, la noche o la soledad. Solo de ellos es este momento. La besa como nunca había besado a nadie. Sus labios muerden, saborean, la lengua recorre cada diente antes de buscar la de ella. Disfrutan de ese elixir, que revive cada poro, aleja los pensamientos y deja solo los sentimientos a flor de piel. El éxtasis es tanto, que las manos nerviosas buscan y abren, arrancan y se detienen.

Fría. La noche se mostraba sin estrellas, nubes o ruidos. Solo la luna es testigo de lo que le susurra al oído, vámonos a casa, o soy capaz de hacerte el amor aquí mismo.

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