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Lágrimas negras



Las amargas gotas bajan una a una por el cristal.
Lento, no llevan prisa. No hay nada que las detenga.
Las miro de reojo, mientras, frente a mí, el cenicero quema un cigarrillo.

“Qué desperdicio”, pienso.
Un hombre no debería de beber solo. Es cuando la esperanza, lejos de perderse, parece más bien inexistente. No añoras nada, no buscas nada. Solo pasar la noche y no morir en el intento.
Beber solo es soledad y resignación. Es ira contenida. Es miedo.
Beber solo es repetir la misma canción, una y otra vez, hasta que haga mella en la memoria y su letra pierda poco a poco su significado, para hacerla propia.

“Vaya mierda”, me digo, mientras me sirvo otro vaso de ese líquido negro, amargo.
Lo tomo entre mis manos y lo bebo de golpe. Prendo otro cigarro.
Beber solo es soltar una o dos lágrimas.
Es tristeza.

“Lágrimas negras”, vaya nombre más acertado para una cerveza.
Beber solo es ser un poco suicida. Es rumiar los recuerdos, difusos por la embriaguez.
Es pensar escenarios que nunca van a pasar.
Es una serenata de incoherencias y pequeñas luces de indecencia.
Es un perro apaleado por ladrarle a la obscuridad, temeroso de lo que pueda encontrar a la mañana siguiente.

Las amargas gotas bajan una a una por el cristal.
Lento, no llevan prisa. Es la última cerveza que queda.
Por suerte aún tengo un poco de vodka, listo para ser tomado y olvidado, como lo será esta noche y aquellas donde me encuentre nuevamente solo.